Todo nuevo, todo blanco, todo claro.
Has evolucionado, o eso te dicen todos.
Vivir libre, sin horarios, sin ataduras.
Volar alto, lejos, veloz.
Creces. Maduras. O te marchitas, según como lo veas.
Entonces todo explota. Todo es dolor, todo son espinas, todo son cenizas.
Has perdido la ilusión que guardaste en todos aquellos lugares especiales, en todas aquellas personas.
Estas solo en la sola compañía de Soledad.
Aparece una mano que te arrastra hasta el fondo del pozo, con caricias frías, con ese frío del hielo que quema hasta la sangre.
¿Dónde quedaron todas las miradas que te alumbraban el camino para que no te perdieras?
Se han apagado, o tal vez estaban extintas desde el principio.
Luego llega la negación. La inmolación.
Tienes un roto, pero te falta un descosido.
El pecho late por encima de sus posibilidades.
Sin comerlo ni beberlo has perdido todo aquello que tenías.
Te encuentras saltando del precipicio, todo se vuelve borroso, cierras los ojos.
Cuando los abres te encuentras en una situación que reconoces: estás sentada otra vez al borde de la cama, con la mirada puesta en las anaranjadas luces, en las titubeantes hojas de los árboles mecidos por una suave brisa. Una agradable música de fondo, casi siempre de cantautores, que cantan al dolor y al amor. Entonces sonríes a pesar de haber puesto el máximo empeño en mantener el ceño fruncido.
¿Qué me pasa?
No me entiendo, no me quiero, no me soporto. Que horrible es pasar por esto otra vez.
Empiezo a pensar que no debí volar tan alto.
He perdido de vista todo aquello que tenía. Ahora se ve pequeño, diminuto, minúsculo.
El autoconvencimiento de que los vicios no son tan malos empieza dejar de tener el efecto placebo que antes solía tener.
Piensas tantas cosas que te quedas en blanco.
¿A caso esto le pasa a todos?
De repente no quieres alejarte de aquello que antes te cansaba, te aburría, te producía dolor.
Ya es tarde. El reloj ha seguido zarandeando sus manecillas mientras tú te quedabas callada. Y ahora no puedes volver atrás.
Ahora quieres gritar, pero nadie te escucha.
Te despiertas apoyada en el quicio de la ventana. Te secas las lágrimas. Te colocas el pelo mirándote en el minúsculo espejo de tu habitación y sonríes.
Nunca había estado tan guapa, de verdad.
¿Será narcisismo?
Tal vez sea que por primera vez en mucho tiempo te has encontrado al otro lado del espejo.
Abres la puerta de tu habitación y te sientes como Alicia, cayendo por un profundo pozo a toda velocidad hasta que caes en el País de las Maravillas.
Tras el intenso mareo te incorporas y das un paso hacia adelante.
Empezar de cero, como el ave fénix. Resurgir del dolor, de las espinas, de las cenizas.
Comprender, olvidar, renovar.
Ahora toca... volver a empezar.
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