De mi mente a la pantalla

viernes, 4 de enero de 2013

una tregua para el corazón

Tres minutos en el microondas bastaron para dejar las cosas claras y el chocolate espeso. Ella era tan joven y tenía tantas dudas... Tal vez demasiadas.
Le encantaba mirar por la ventana las frías noches de invierno sentada en el borde de la cama, sobre su vieja colcha de color verde con una marca de cigarrillo que llevaba tratando de esconder varios años. Aquella noche se había echado su manta favorita sobre los hombros y sujetaba una taza de chocolate recién calentado en una mano y un cigarrillo en la otra. Tal vez no debía asomarse a la ventana con tanto frío, tal vez no debía fumar mientras tomaba chocolate porque no disfrutaría tanto de su sabor, tal vez no debería si quiera fumar; pero tal vez no le importara demasiado.
Aquella noche no era como las demás. Una luz brillaba en el fondo de sus ojos, pero no era una chispa. Era más bien como una pequeña luciérnaga encerrada al final de un pozo del que no puede salir, pidiendo desesperadamente que alguien la saque de allí.
¿Que qué había cambiado? Bueno, en realidad el problema estaba en lo que no había cambiado: ella.
Siempre había pensado que tenía que defender sus ideales, su gusto musical, su estilo de vestir, su forma de pensar, pero sobre todo su forma de ser. Y por raro que parezca gracias a eso le fue bien. Había encontrado estabilidad, no vivía mal y tenía un grupo de amigos a los que poder contarles sus problemas (aunque esto ultimo nunca fue del todo verdad).
Pero cuando todo le iba bien apareció alguien, alguien que puso su mundo patas arriba. Al principio todo parecía ir bien, pero cuando se pasó la época del primer enamoramiento llegó el duro momento de abrir los ojos. Nada estaba bien, y todo aquello que creía correcto en realidad no podía estar haciéndolo peor.
Entonces llegaron los problemas, los gritos, los enfados, las dudas. Tantas cosas se le pasaron por la cabeza que se empeñó en aferrarse a lo único que tenía: su forma de ser.
Pero estaba dispuesta a romper con su norma y cambiar. No quería sacrificar lo que tenía por una pataleta de niña pequeña. Era hora de madurar. Cambió muchas cosas, y se sentía mucho mejor después de hacerlo. Volvió la época del enamoramiento y todo eran besos y caricias en las caderas por las noches, y caricias en las caderas y besos por las mañanas.
Entonces, ¿cuál era el problema? Que sólo había cambiado lo superficial, y ahora los problemas de verdad se habían agrandado hasta el punto de ser el centro de todo. Lloraba todos los días y todas las noches, ya no tomaba chocolate caliente y su sonrisa se había vuelto del revés.
Ya no salía de casa, ni se ponía tacones, ni sonreía. Se había convertido en aquella triste luciérnaga que se ahogaba en el pozo. Se pasaba todas las noches en vela escribiendo en su viejo diario sus problemas, pero siempre en tercera persona, para luego compadecerse de aquella "extraña" sufridora.
Hasta que un día decidió parar. Pensó que ya era hora de dejar de lamentarse. Llorar no iba a solucionar las cosas, y mucho menos autocompadecerse sin hacer nada por cambiar definitivamente.
Necesitaba un cambio en su vida, pero un cambio de verdad, una verdadera promesa, un compromiso firme:      necesitaba una tregua para el corazón.
Así que aquella noche volvió a calentar una taza de chocolate, se volvió a sentar en el borde de su cama, se volvió a encender un cigarrillo, y mientras miraba por la ventana cómo las gotas de lluvia se dejaban caer sobre las encendidas farolas del parque, se hizo una promesa: juró que a partir de aquella noche no volvería a dejar de lado a su sentido común.

1 comentario:

  1. Me encanta!! Me encanta cómo escribes, pero me encanta aún más cómo escribes lo que piensas. Sigue así Grande, que eres muy GRANDE!!! ;)))

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