¡La había cagado pero bien! ¿Cómo podía ser tan torpe? Ese estúpido tropezón iba a costarme la vida.
- Estoy bien, no te preocupes... Le dije, con la voz temblorosa. Yo no paraba de mirar al suelo y taparme la cara con el pelo, pero ya era demasiado tarde. Me levanté e intenté seguir con mi camino.
- ¿A dónde crees que vas?
Me quedé helada. Mi respiración se comenzó a acelerar. Notaba cada pulsación, cada milímetro de sangre que recorría todos y cada uno de los vasos conductores de mi sistema circulatorio, cada espasmo muscular, cada gota de sudor frío que recorría mi frente... A partir de ahí todo comenzo a ir muy despacio.
- ¿No creerás que no me he dado cuenta? Cuánto tiempo, ¿verdad? ¿Qué tal te va la vida?
- Bueno, no me quejo. Qué casualidad habernos encontrado hoy, ¿no crees?.
Y que lo digas. Precisamente ese día volvía más tarde a casa por un motivo en concreto: era el aniversario de la muerte de mi hermano y, como todos los años, había estado bebiendo por ahí.
- Pues sí que es casualidad. Por cierto, hace mucho que no vas a ver la tumba de tu hermano. ¿Qué te parecería visitarla? Te hemos reservado un sitio a su lado en el cementerio. Hay una preciosa lápida que te está esperando.
Debía medir bien mis palabras. No podía dar un paso en falso, pero con unos cuantos whiskeys de más me era muy difícil controlar lo que decía. Mi primera opción fue la cobardía.
- Está bien. Creo que es hora de dejar las cosas claras... Han pasado ya 5 años desde aquello. ¿No creéis que ya es hora de olvidarlo todo? Vosotros matasteis a mi hermano y yo maté a Donovan, estamos en paz. Ojo por ojo.
- ¡jajaja! no me hagas reír. ¿De veras piensas que soy tan estúpido? No, no va a ser tan fácil.
Deseaba más que nunca salir de allí, pero no podría conseguirlo a base de palabras huecas. Tenía que pensar en algo. Un ingenioso plan que me sacase del apuro, digno del mismísimo Macgyver. Aunque ahora eso no me servía para nada. Dos cables y un chicle no podían salvarme. Pero, ¿qué podía hacer? No tengo una mente tan "gangsteresca" como la del gran Al Capone.
En ese momento me habría encantado soltar un: Tranquilicémonos caballeros. No empecemos a chuparnos las pollas todavía, al más puro estilo de Harvey Keitel en Pulp Fiction. Pero seguramente, tan sólo unos segundos después de decirlo, una bala de esa 9 milímetros labrada en madera y plata estaría volándome la tapa de los sesos.
No me quedaba más remedio. Tenía que plantarles cara...
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