De mi mente a la pantalla

lunes, 20 de febrero de 2012

capítulo 1: cuanto más intentas disimular el miedo, más se nota

Todo pasó misteriosamente rápido, o almenos es así como yo lo recordaba. ¿Por qué aquel día tuve que volver más tarde de lo normal a casa? No, ese no era mi lugar, yo no debía estar allí. Pero estaba, vaya si estaba. Lo presencié todo: la pelea, los gritos, los insultos, cómo cogían a aquel tío, lo ponían contra el suelo y ¡boom! todo se acabó. Un disparo, un simple apretar de gatillo y ese chico ya no estaba entre nosotros. Ahora no era más que un cuerpo inerte, un recipiente vacío cuya alma vagaba a la deriva, descolocada, sin saber a dónde ir.  Al igual que yo. ¿Dónde me iba a meter? Ellos me habían visto, estaba totalmente segura.
Pensé en correr en dirección contraria, correr sin parar hasta llegar a mi casa, pero estaba demasiado lejos. Decidí caminar como si nada hubiera pasado, como si no hubiera visto nada. Me encendí un cigarrillo, metí la otra mano en el bolsillo derecho del pantalón y comencé a caminar hacia mi casa. Intentaba caminar despacio, con calma, como lo haría cualquier persona a esas horas de la noche, pero después de lo que acababa de presenciar me era imposible. No podía dejar de pensar: ¿Me habrían reconocido? Desde luego yo sí que les reconocí. Eran ellos, los de la otra vez, y seguramente los de otras tantas.
¿Oldrán el miedo las personas? Bueno, mi miedo podía olerse a kilómetros de distancia. Creo que hasta se podía ver de lo potente que era. No se como será, pero me lo imagino de un color rojo intenso, casi granate, con un montón de manchas negras y agujeros. En ese momento mi miedo si que tenía agujeros, y eran de una preciosa 9 milímetros plateada.
La reconocí al instante. ¿Cómo olvidar ese arma? Fue la que le quitó la vida a mi hermano. Pero esta vez era distinto. Tanto la víctima como el verdugo eran otros. A mi hermano se lo llevó el lider de su banda. Era un chico joven, discreto, algo apuesto, licenciado en bellas artes... Nadie diría que fue el jefe de una de las bandas delictivas más importantes de la ciudad. Y digo fue, en perfecto castellano, pretérito perfecto simple del indicativo, porque él ya no formaba parte del mundo de los vivos.
Yo me había vengado, a diferencia de esos matones. Ellos buscaban mi cabeza, me querían ver muerta por lo que hice. ¿Incomprensible verdad? ¡Ellos se lo habían buscado! Por ellos me mudé de casa, de barrio, de vida. Había pasado mucho tiempo desde aquello y cuando creí que estaba a salvo, todo había vuelto a empezar. ¿Por qué tenían que estar allí? ¿A caso me estaban siguiendo la pisata?
Yo estaba muerta de miedo. Temblaba tanto que no acertaba a meterme el cigarrillo en la boca. Estaba tan nerviosa que, para mi desgracia, tropecé y me caí al suelo. Uno de los chicos, el más bajito, se acercó hacia mi. Me preguntó: ¿estás bien? Y fue entonces cuandome reconoció...

2 comentarios:

  1. Siento ser un poco brusca, pero es esta ocasión me lo permitiré dado que se trata de nosotras: Jodidamente bueno, Verónica.
    Espero que sigas con la historia, o que haya al menos una pequeña segunda parte. Me ha gustado, por cierto, lo de oler el miedo. Me ha recordado un poco al tema de la sinestesia (ya ves, filo nos sirve de algo).
    Sigue así cariño, ya sabes que siempre tendrás una lectora fiel en mi.

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    1. Te diré que la historia tiene tirón para rato. Si nada más publicar el primer capítulo ya comencé con el segundo!!!
      Muchas gracias Alba por tu comentario.
      un beso :)

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