La sonrisa de Sandra se apagó una noche. No sabía muy bien por qué, pero se apagó. Ya no irradiaba felicidad por las esquinas. Ya no repartía alegría a diestro y siniestro sin mirar a quien. Ya no iluminaba las mañanas antes de que saliese el sol, ni hacía esconderse de celos a la luna... Simplemente se apagó, se despertó sin ella. Ahora la gente ya no la veía, se volvió imperceptible a los ojos de los mortales. Eso la entristecía, porque necesitaba más que nunca sentirse querida. Tal vez así podría recuperar su sonrisa y llevarla de aquí para allá. En el fondo ella no la quería para nada, sólo sonreía por y para los demás. Era una portadora de felicidad: allá donde los rayos de la melancolía estaban a punto de impactar, ella se ponía delante con su pararrayos de marfil, sonreía y cambiaba la suerte por completo.
La pequeña Sandra sólo pedía un poquito de afecto para volver a ser ella misma y seguir dándolo todo por los demás. En cambio, la gente se lo pagó dándole la espalda. Pueden ir de buenos samaritanos, pero en el fondo son todos unas bacterias parasitarias, que necesitan de la vitalidad de otros organismos para sobrevivir.
Pero ahora Sandra ha abierto los ojos. Los ha abierto de par en par, como si de un ventanal se tratase, para ver que la gente no la quería por ser ella, sino por lo que les ofrecía. Y ahora que lo ha perdido ellos se han marchado, intentando como siempre arrimarse al sol que más calienta, o como en este caso, a la sonrisa que más alegra.
Sandra se ha dado cuenta de ello, y ha decido renacer. Ha cogido una cartulina, sus pinturas de Carioca, un montón de purpurina y se ha fabricado su propia sonrisa. Se la ha puesto en la cara, se ha mirado al espejo y la sonrisa que ha visto le gusta mucho más aún que la anterior. Y eso se debe a que está hecha para ella, y no para los demás. A partir de ahora sólo dedicará su sonrisa a ella misma, y a aquellas personas que de verdad sean merecedoras de ella.
Sandra ha cambiado, se ha hecho dueña de su sonrisa, de su vida, de su mundo.
Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
ResponderEliminarel que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
(Neruda , poema 19)
No dejes de sonreir.La sonrisa es el sol del alma.
UN ABRAZO Y FELIZ AÑO NUEVO.