De mi mente a la pantalla

miércoles, 16 de mayo de 2012

la melodía de Astaroth

Un puñado de líneas infinitas, unos cuantos sostenidos adornando, algún becuadro para contrastar y una preciosa clave de do presidiendo la partitura...
Hacía ya tiempo que se había vuelto loco por completo. Había dejado de lado su trabajo y abandonado a su familia. Sólo vivía por y para la música. Vivía enclaustrado en su buhardilla de 165 metros cuadrados, rodeado de basura y papel de partituras. Se había vuelto huraño e irascible. La barba le había crecido tanto que ya no podía quitársela con la cuchilla, pero no le importaba, le ayudaba a pensar. No era muy alto, más bien de estatura normal, pero era tan delgado que las costillas se le marcaban a través de la ropa, y ni siquiera un cinturón era capaz de sujetar sus pantalones. Tenía dos enormes ojeras bajo los ojos, de color amarillento, que se confundían con el tono cirrótico de su piel. Además, se veían acentuadas por dos lentes de gran aumento, sujetadas por una montura negra de charol comúnmente conocida como "gafapasta". Sus ojos eran de un tono azul eléctrico, llenos de furia y pasión. Se hundían bajo su frente, pero lucían grandes y hermosos vistos a través de sus gafas. Cuando sonreía, dos pequeños hoyuelos se creaban en sus mejillas sonrosadas, y tenía un surco en mitad del mentón. Ciertamente se parecía a Jim Carrey en la película "los tres chiflados".
Estaba a punto de acabar su gran obra. Era maravillosa, la mejor que había escrito y que escribiría jamás. Tenía una melodía melancólica y desenfrenada, que comenzaba de manera rotunda y sonora y terminaba más rotunda y sonora todavía. Las notas parecían bailar sobre el pentagrama, dibujando escaleras imposibles, subidas y bajadas vertiginosas y bruscos cambios de tono. Los bemoles bailaban tangos con las corcheas, mientras que las blancas, negras y semifusas se decantaban por un fox trot. Los silencios eran tímidos, y apenas salían a bailar un vals, pero las semicorcheas se atrevían con un cha cha cha.
No tenía ningún fallo, era perfecta de principio a fin. Sólo le faltaba una cosa, aparentemente mínima pero notablemente esencial. Le faltaba la letra. Tenía una melodía perfecta, pero estaba vacía sin una letra letra que expresase lo que significaba. Llevaba tabajando en la letra durante sus últimos 5 años, y le estaba llevando a la locura. La escribía y la borraba una y otra vez. La papelera estaba desbordada de papeles arrugados y bolígrafos destintados.
Sus musas le habían abandonado. Levaban toda su vida con él, y en el momento en que más las necesitaba se habían marchado, silenciosas, sin decir nada, como un ave fénix que se convierte en cenizas de la noche a la mañana cuando llega su hora. Estaba desesperado. Sería capaz de hacer cualquier cosa por encontrar la inspiración necesaria para acabar su obra.
En una de sus numerosas noches de desesperación, alguien escuchó las plegarias del maltrecho compositor. Se cruzó en su camino de plena casualidad, pero cambiaría su destino para siempre.
Era una mujer alta, morena, con una preciosa melena de color rojo fuego y una sonrisa del marfil más puro que había visto jamás. No sabía cómo ni por qué, pero acabó dejandola pasar en su casa.
De repente su vida se iluminó. Sus ojos se clavaron en él, y las letras parecían flotar entre los dos cuerpos, que permanecían inmóviles uno frente a otro. Era su musa, había aparecido en el momento en que más lo necesitaba. Se sentó a escribir, y esa letra por la que había estado enloqueciendo comenzó a fluir como por arte de mágia. Estaba extasiado. Sus ojos brillaban nuevamente de alegría. Pero cuando estaba a punto de terminar, el bolígrafo se cayó de su mano. Su inpiración se había marchado de nuevo, y ahora estaba peor que al principio. No le quedaba casi nada, tan sólo un par de frases por poner y su obra maestra estaría terminada.
Entonces ella se acercó sigilosamente por su espalda, y de una manera muy sugerente le susurró al oído:
-¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por acabar tu obra?
-¡Vendería mi alma al mismo diablo si hiciera falta!- Dijo con tono burlesco. Él no lo decía en serio, pero la misteriosa mujer lo tomó como tal. Un vacío enorme le atravesó el pecho de lado a lado. Se cayó de bruces contra el suelo y perdió el conocimiento. Cuando se despertó se encontró trajeado, rodeado de toda su familia y sus amigos. Estaba en un funeral y se sentía muy confuso. Cuando se asomó para ver por quien estaban llorando se quedó sin palabras. El cuerpo que se encontraba en esa caja de pino era el suyo. ¿Qué le había pasado? Esa mujer estaba allí. Le miraba y se reía. Entonces, el cura dejó de hablar y comenzó a sonar una hermosa música.
Era ella, su canción, por la que tanto había trabajado y la que le había costado la vida. ¿Había servido de algo todo el esfuerzo, abandonar a su familia, olvidarse de vivir...? Todo el mundo conocería ahora su canción, la canción interminada, la mejor obra jamás escrita. Todo el mundo excepto él. Su oda a la vida ahora se había convertido en una elegía, una balada triste que contenía el pasado, el presente y el futuro de un espíritu herrante, de un alma sin cuerpo, de un fantasma sin su máquina.

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